El Diario de una Bandera (I)

 

EL DIARIO DE UNA BANDERA

Estudio crítico del libro DIARIO DE UNA BANDERA.

Por D. JOSÉ MARIA GÁRATE CÓRDOBA, Coronel del Servicio Histórico Militar.

Publicado en el número 40, 1976, de la Revista de Historia Militar; número monográfico: FRANCISCO FRANCO, ESCRITOR MILITAR.[1]

 

Con adición de notas, enlaces e imágenes por el gestor de este blog.

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El libro "Marruecos: Diario de una Bandera", por el Comandante Franco, entonces Jefe de la I Bandera de la Legión, y prologado por el Teniente Coronel Millán Astray, fue publicado en 1922. Reeditado en 1938 y 1956; esta última, con prólogo de D. Manuel Aznar (“Evocaciones y Recuerdos”), se volvió a Publicar en 1976 por Editorial Doncel.

Ya en el siglo XXI, el gestor de este blog transcribió este Diario a formato pdf para compartirlo, y alguien lo subió a la internet en: https://www.pinfanos.es/DOLADO/Franco-Diario%20de%20una%20Bandera-Edici%C3%B3n%201956.pdf.

La obra recoge hechos habidos entre octubre de 1920 y abril de 1922. Para su mejor comprensión, se propone al lector estudiar los hechos y circunstancias de la creación de la Legión, y de la desastrosa derrota de Annual, en el verano de 1921, y las acciones que le siguieron.

El Coronel Gárate Córdoba redactó un estudio crítico que se incluye en el número 40 de la Revista de Historia Militar, del Servicio Histórico Militar; era un número especial sobre el tema “Francisco Franco, escritor militar". Aquí lo transcribimos, para provecho y deleite de usted, lector.

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EL DIARIO DE UNA BANDERA

Por D. JOSÉ MARIA GÁRATE CÓRDOBA, Coronel del Servicio Histórico Militar. 1976.

Los diarios de Franco.

En toda la obra escrita de Francisco Franco hay algún rasgo donde se manifiesta su vocación de escritor. Pero sus piezas puramente literarias son tres: Diario de una Bandera (1922)[2], Diario de Alhucemas (1925) y Raza (1942), editada ésta como novela, pero con el subtítulo: «Anecdotario para el guion de una película», estrenada en 1942.

Por su género se ve que las tres son obras de redacción rápida, al hilo del combate, salvo Raza, escrita en tiempo de posguerra inmediata.

 

Las circunstancias del Diario de una Bandera, «por el comandante Franco», han hecho que ésta sea la más comentada y las de Alhucemas, «Diario del coronel Franco» -publicado en los números de septiembre a diciembre de la Revista de Tropas Coloniales- le hicieron prácticamente inédito hasta ahora, apenas conocido por militares africanistas que en 1925 eran suscriptores de la Revista, la cual es hoy pieza de bibliófilos.

La repetición de diarios, con el significativo colofón del artículo "Xauen, la triste", publicado en julio de 1926, también como parte «Del diario del general Franco», hace pensar si realmente hubo un diario africano, completo y continuado, que Franco conservase inédito, o ese artículo correspondería a un diario esporádico y salteado, de breves notas y hojas en blanco, que sólo algunos días cobrase cuerpo e interés suficientes como para darlo a la imprenta. Por otra parte, el estilo de «Xauen, la triste», no es el de la anotación ligera de un diario, sino el de un artículo muy construido.

En cualquier caso, exista o no el diario completo de Franco en Marruecos, esa metódica constancia de sus notas y esa afición a escribir impresiones personales, me incitaban ya en 1969 a creer muy posible que un día publicase Franco sus memorias, inclinándome a pensar que las tuviese redactadas al día, cosa que ahora se confirma, esperándose su próxima publicación.

Un diario sin protagonista.

Los juicios que conocemos sobre el Diario de una Bandera [del Comandante de Infantería don Francisco Franco Bahamonde] son unánimes al valorarlo como una obra importante de su autor. [3]

En su aspecto histórico resulta un testimonio inapreciable del período militar comprendido entre octubre de 1920 [la Legión está activa desde el 20-sep-1920] y mayo de 1922, con el especial interés de haberse publicado el mismo año en que terminó de redactarse. En lo literario tiene el gran valor de las obras testimoniales cuando están escritas en lenguaje directo y sobrio, que sólo en raras ocasiones deja un resquicio al sentimiento y, en muy pocas, una expresión poética.

No existen críticas de la época, pero hay amplios y valiosos comentarios del inglés Hills, el australiano Crozier y el español Aznar, prologuista éste de la tercera edición [4].

Brian Crozier [5] destaca que siendo el Diario la única obra de cierta envergadura de Franco, tiene tanta importancia como fuente histórica como por la luz que arroja sobre la personalidad de su autor.

Encuentra Hills [6] que el libro está a mitad de camino entre el diario de guerra de una unidad militar y las memorias de un oficial del Ejército, concluyendo que Franco no escribió nunca nada más revelador y que la calidad única de la obra sólo se aprecia al comparar su contenido y su estilo con los de sus contemporáneos militares y civiles.

Lo corrobora Crozier al explicar que la personalidad que brota de las páginas del Diario es sorprendentemente distinta de la que se observa en la lectura de Mi lucha, pese a que los enemigos de Franco han querido equipararle a Hitler para tacharle de fascista. El libro de Franco no se le parece nada, aunque esté escrito también en momentos de humillación nacional; los rasgos del Diario son, en absoluto, diferentes y positivos, destacando en él el profesionalismo, la exaltación de las virtudes militares, la lealtad, la modestia -nunca enumerada entre ellas y su falta de interés por la política.[7]

Manuel Aznar califica el Diario de breve historial, sin afectación ni aspavientos, en el que la narración es tan escueta que a veces parece fría.

Coincide con ello Hills, para quien la personalidad que revela el Diario es la del observador frío y al margen, que sólo raramente utiliza la primera persona -yo sólo la encuentro en dos ocasiones, que luego citaré- y prefiere la forma impersonal del verbo.

Aún insiste Crozier en que alaba el valor y la gloria de sus compañeros, pero de él no dice nada, ni siquiera indirectamente.

Sus propias hazañas, inherentes a su relato, han sido descritas posteriormente por sus biógrafos, a menudo aduladores. Según las reglas españolas, es parco en el uso de epítetos y en sus alabanzas hacia otros hombres y hacia sí mismo. Nunca se le hubiera ocurrido escribir: «percibí..., aprecié la plena magnitud de la tarea..., di de lleno en la diana...». La coincidencia de los tres críticos no puede ser más exacta.

En efecto, Franco no escribe ni remotamente por la vanidad de publicar unas memorias en primera persona: «Apenas habla de sí mismo», dice Aznar. «No redacta su obra para alabarse diciendo maravillas de su mando», pero ni siquiera por dejar constancia del heroísmo de su unidad, noble tarea, que reflejaría el honor de quien la conducía.

Legionarios a luchar: un breviario del honor español.

Si en lo concreto trata Franco de dar a conocer el heroísmo de los legionarios, Manuel Aznar encuentra que el conjunto de esos hombres a quienes alaba supone toda una interpretación del honor español, y aún más de su eficaz aplicación al servicio de España, eficacia que el biógrafo matiza diciendo que está bien esforzarse en acompañar la honra con los laureles del triunfo.

Según eso, el libro de Franco se va interpretando ya como epopeya del heroísmo de sus hombres y como breviario del honor español.

Crozier apunta un aspecto más al resaltar unas líneas de Franco diciendo que la visión del desfile de los legionarios le hizo evocar «la grandeza de la raza». 

La aclaración del biógrafo es errónea al decir que se refiere a la raza hispana, la de los oficiales, ya que muchos legionarios eran por definición extranjeros, pues ignora, sin duda, que no eran muchos, sino muy pocos los extranjeros del Tercio, pese a su título, que pronto se cambiaría, precisamente por ese motivo. 

Pero la alusión de Franco a la grandeza de la raza, nos hace pensar que latía en él una preocupación por la raza hispana, en su sentido espiritual, que se materializaría, veinte años después, en el título y el tema del guion de su película ["Raza", estrenada en 1950].



Aún encuentra Aznar una cuarta interpretación como tesis o móvil del Diario de Franco: «Escribe –dice- para mostrar cómo han de ser las fuerzas espirituales que salvarán a España». Pero eso es metáfora futurista.[8]

El director de «La Novela del Sábado»[9] presenta el Diario de una Bandera como la obra de juventud de un gran soldado que en la edad de los tentadores arrebatos, tras el combate de fortuna, se retira pensativo a su tienda de campaña, para escribir la crónica del esfuerzo realizado, para cultivar su pensamiento, que más adelante tendrá que acudir en salvación de la Patria. 

«El libro fue escrito cuando su autor, con tres ascensos por méritos de guerra, tiene sólo veintiséis años, es ya comandante y, al frente de los primeros legionarios del Tercio, acomete en vanguardia una reconquista, que es antecedente de la que partiendo del propio Marruecos vendría a realizar luego del territorio y de la historia de España. En su estilo sobrio, en sus conceptos analíticos, en su inalterable objetividad y, en lo que es más impresionante, la sistemática complacencia que revela al hablar de todo y de todos, menos del protagonista, que es él mismo, enciérrase la clave de la solidez y de la fortaleza de un gran carácter».

En términos semejantes se expresa Millán Astray en su prólogo[10] a la primera edición, al referirse a Franco: 

«Aunque él, con sentida modestia, no se nombra a sí mismo, ni haga del libro coro de interesadas alabanzas de sus compañeros, de la lectura iréis obteniendo quién es Franco y quiénes son los legionarios y oficiales de la Legión».

Según el mismo biógrafo [Hills], Franco declara sin rodeos limitarse a recoger «el conciso y verídico relato del historial de una Bandera», pero con una importante aclaración: «a la que el destino brindó el honor de derramar repetidamente su sangre por España». Por eso Hills deja bien sentado en la británica frialdad de su crítica que el Diario de Franco «está escrito en alabanza de sus hombres».

Legionarios a morir: El tema de la muerte.

A lo largo de toda su extensa literatura militar insistirá Franco en el valor del hombre frente al material bélico.

En su Diario encontramos pronto esta frase: «La calidad y no el número de tropas han de dar la solución al problema», y en otro lugar cuida mucho de subrayar el precio de la victoria, que es el sacrificio de muchos hombres para que triunfen otros: «lo más caro de esta guerra no es el material, sino los hombres».

En seguida ha surgido una matización de los hombres que merecen su elogio: son hombres ante la muerte. 

Pronto el tema de la muerte invade las páginas del Diario, que es como un espejo que se mueve a lo largo del camino y del tiempo de la guerra, en la mano de quien parece mantener una actitud estoica ante el panorama que refleja.

Ese aspecto llamó la atención de Hills, haciéndole comentar: 

«En una primera lectura, el trato que Franco da a la muerte parece auténticamente español. Estoico. En alguna ocasión se permite un momento de dolor o piedad humana».

Pero el mismo autor [Hills] observa que en una segunda lectura «el trato parece menos español, no es el normal del español criado en el catolicismo. En ningún lugar puede leerse un: Dios tenga piedad y sólo cinco veces menciona Franco la religión». 

Las enumera HilIs y ninguna de las citas tiene sentimiento piadoso, como de quien cultivase la romántica «religión del honor»[11]. Poco después, en 1926, daría muestras en palabras y actos de una formación católica profunda y sentida.

Franco se muestra resuelto y ardoroso -dice Aznar-, pero a la vez reflexivo, guarnecido de las mejores cautelas y poco dado a la efusión. 

Sus comentarios a la muerte circunvagante son muy lacónicos -sigue diciendo-, y lo confirma con algunas citas: 

«el capitán Cobos, de la Legión, cae herido muy grave. No es nada -nos dice-, un balazo en el vientre. ¡Pobre as de las ametralladoras! La herida le había de causar la muerte». O bien: «de las peñas bajan a un oficial muerto; es el teniente Rodrigo, de la quinta compañía. El enemigo está muy cerca». En otra página: «el teniente Urzaiz, herido en el vientre, pasa cantando en una camilla». Y aún su primo, Franco Salgado: «el capitán Franco, [Salgado-Araujo] de la primera compañía, es herido también en el avance».

Cuando el sentimiento se desborda.

El biógrafo observa las contadas ocasiones en que el autor se extravasa y desborda un poco la pluma, la primera deja escapar apenas un suspiro, cuando su ayudante cae herido de muerte durante el primer combate de [la meseta de] Taxuda: 

«en estos momentos cae con la cabeza atravesada mi fiel ayudante. El plomo enemigo le ha herido mortalmente. Desde la guerrilla, dos soldados conducen su cuerpo inanimado. Con dolor veo separarse de mi lado para siempre al fiel y querido Barón de Misena». 

Rara vez la emoción puede más que su voluntad.

Comenta bien Aznar, con lírica cronística, que se le encrespa la sensibilidad dentro del ánimo y a punto está de terminar en lágrimas, pero ya no había lágrimas. 

No existe biografía de Carlos Rodríguez Fontanes, el heroico comandante de la segunda Bandera, pero Franco debía sentirse muy cordialmente unido a él para dejar escapar tanto sentimiento en estos párrafos:

La noche es triste en [el aduar de] Ámbar. El comandante Fontanes está herido muy grave. Todos saben lo que significa una herida de vientre con el hospital tan lejos. El doctor Pagés es toda la preocupación del herido. El podría salvarle, en la Legión se siente admiración por este notable cirujano que ha librado a tantos legionarios de una segura muerte. Por eso piensa en Pagés el bravo comandante de la Segunda Bandera.

En la madrugada del 20 [de marzo de 1922] muere en la posición el heroico comandante. La Legión está de luto. Ha perdido uno de sus mejores jefes. Los soldados están tristes. Sus ojos no lloran porque en sus cuencas ya no quedan lágrimas. ¡Han visto caer a tantos oficiales y camaradas!

La furia y la ironía.

Este especial comentario, único en el libro, lo explica Aznar diciendo que Fontanes no era un héroe más, sino uno de los elegidos, que como [el comandante de la tercera Bandera]  José Valdés [Martel], habían entendido cabal y profundamente el sentido histórico de lo que estaba ocurriendo en Marruecos, pero que tras las brevísimas ráfagas de emoción, de humor o de apretada ira, excepcionales, el Diario vuelve a su sequedad militar.

Para confirmarlo anota una frase que nos da la clave de la personalidad de Franco cuando dice: «en la guerra hay que sacrificar el corazón», idea que de la guerra se amplía a toda la vida militar en el famoso discurso de la disciplina [a los Cadetes de la Academia Militar de Zaragoza, el 14 de junio de 1931, con motivo del cierre de la Academia]: «que encierra su verdadero valor cuando el corazón pugna por alzarse en íntima rebeldía».

Es la ascética de la conducta militar de Franco, pero también de su literatura militar. 

Los escasos ejemplos en que esa conducta se sobrepasa, están rompiendo el «¡silencio!» que ordena el corazón durante los interminables días y noches de Uad Lau en lucha continua con el tedio y la melancolía, los peores enemigos del soldado, «¡silencio!» ante los espectros de los españoles martirizados en Nador, Zeluán y Monte Arruit, y en Abadda, cuando sus legionarios ven en la pared los impactos salpicados de sangre junto a los restos de unos cadáveres. 

Entonces se le escapa al escritor una frase en que se mezclan la furia y la ironía:

Una ola de indignación pasa por nosotros. ¡ Que hagan alto los legionarios y no entren en el poblado! ¡No vean tanta infamia y estropeen la política!

También hay ironía al argumentar contra la idea general de que los carros de combate no son útiles en Africa, para concluir sus razones diciendo que los carros no se paran más que cuando se les acaba la gasolina.

Sólo hemos encontrado una ocasión en que Franco recurre a un violento eufemismo. Es cierta actitud piadosa para con la unidad que ha fracasado en su misión. Fue en un momento del ataque al Gurugú cuando escribió este comentario:

El coeficiente moral de las tropas peninsulares es sobrepasado y el frente de la izquierda vacila en algunos puntos.

Compara Aznar tal expresión con el eufemismo de Lundendorff en la I Guerra Mundial: «Nuestras tropas han llevado a cabo un movimiento elástico hacia la retaguardia», y encuentra que es más delicada y sutil la fórmula del caballeroso disimulo que emplea Franco para dar a entender cosas que ocurrieron en Taxuda el 10 de octubre de 1921.

Lo que ocurrió, lo cuenta [el periodista] [Joaquín] Arrarás [e Iribarren], es que Franco al observar con sus gemelos que una guerrilla de regulares comenzaba a retirarse en desorden, irrumpió en el combate y, fustigando a la tropa, la obligó a dar frente al enemigo. No lo anotó en su Diario, pero sí la consecuencia de que los legionarios cubrieron la brecha ocasionada por los soldados que huyeron dejando abandonados los tanques que les protegían.

Los párrafos en que se describe esta operación son de lo más literario de Franco y merecen recogerse:

Unos jarqueños que se han corrido por la izquierda disparan varios tiros desde retaguardia. Dos soldados son heridos en los sostenes. Esto produce cierta contusión entre las 'curvos. Al mismo tiempo, el enemigo, concentrado en las barrancadas del frente, efectúa una enérgica reacción sobre nuestras posiciones. Las compañías de la izquierda ven aparecer, de pronto, a pocos metros, las cabezas enemigas. Con gran arrojo nos atacan por todos lados. El coeficiente moral de las tropas peninsulares es sobrepasado y el frente de la izquierda vacila en algunos puntos.

Los momentos son de gran emoción. En los puntos amenazados volcamos nuestros hombres y nuestro espíritu: Los sostenes de las unidades de legionarios acuden al lugar en peligro y acometen al enemigo. Los acemileros de nuestras compañías de ametralladoras y del tren de combate, abandonando sus mulos, se suman a la reacción, y el ataque es rechazado en todo el frente.

La lírica del aguafuerte.

Como buen periodista -lo son también los otros historiadores-, Brian Crozier detecta el pintoresquismo que hay en la obra de Franco. 

El crítico ha encontrado la nota fundamental del Diario, que contiene un relato muy militar, sobriamente escrito, sin pretensiones estilísticas, austero unas veces hasta rayar en la desnudez, con descripciones pintorescas otras y de pronto, inesperadamente, con esos rasgos de emoción e incluso de humor que hemos subrayado. 

La emoción sale al paso de tarde en tarde en breves frases, el pintoresquismo humorístico sólo se ofrece al lector atento, capaz de encontrarlo sobre la marcha del párrafo, casi entre líneas, como al narrar el paso de los legionarios a través de un pueblo reservado a locos y gatos, donde los locos ríen maniáticos mirando a hurtadillas a los legionarios, mientras los gatos, respetados con superstición por los locos, dormitan indolente s a las puertas de las casas; o el legionario que presenta a Millán la mora escondida en el hueco de un árbol que había en la barranca y sugiere al jefe ese comentario irónico, también de mal agüero: "Es una mujer tuerta y fea, que no hace honor al bello sexo... Que se la lleven al General. Vaya una aparición para un combate", dice el teniente coronel, volviendo rápido la cabeza.

El tema de los gatos vuelve, con el humor posible, en la expedición de refuerzo al Peñón [de Vélez de la Gomera], cuando los legionarios acaban en dos días con la abundante colonia gatuna convertida en suculentos guisos de conejo. Sólo uno respetan religiosamente: el del comandante militar, pero al poco tiempo muere ¡suicidado! por no soportar la soledad. 

Al menos así se difundió el rumor de leyenda legionaria.

Ya el tono del Diario ha ido pasando de lo pintoresco a lo sombrío, cada vez son más frecuentes las notas sobre los compañeros caídos -la guerra se ha hecho más cruel en primavera- y el relato se llena de notas de amargura y descripciones de los macabros descubrimientos del desastre según se van recorriendo los perdidos caminos de Anual. 

Sus ojos van reteniendo al paso escenas conmovedoras que le arrancan elegíacos comentarios:

Una joven y bonita mora yace tendida en tierra. Sus vestiduras blancas tienen sobre el corazón una enorme mancha roja de sangre; su frente todavía conserva calor. ¡Pobre niña muerta, víctima de la guerra! Los legionarios la miran con amoroso respeto...

Estamos quizá ante la figura más lírica del Diario, en la que se encierra todo un motivo poético, que sugiere desarrollos más amplios en literatura de creación. 

Es una más entre las muchachas víctimas de la guerra, que evoca la niña de Talavera [12], de Pemán ("Canto a una niña rubia como el sol... la blanca niña pura... Llueve de pronto el fuego de la guerra, mirando al cielo la tomó la tierra"), o la joven del otro bando, en el romance a los muertos en la guerra, del mismo autor (" Y la miliciana aquella, de entreabiertos ojos dulces, con su fusil y su mono, que montoncillo tan leve de campanillas azules"). 

La nota sentimental tiene otro punto culminante en aquella cancioncilla de la inesperada ternura legionaria que canta al niño moro contemplando el cadáver de su padre:

¡Hay qué pena que me da

de ver el morito chico

llorando por su papá!

Técnica cinematográfica.

Hay otros párrafos brillantes, brillantes para un escritor novel de menos de treinta años. Por ejemplo en el ataque a Nador, cuando una bala atraviesa el pecho a Millán Astray, estando junto a Franco.

 

La página es para Hills una magnífica descripción del combate, casi un guión cinematográfico, que se remata con el párrafo citado de la morita muerta:

El paso de la barrancada y avance sobre las lomas de Nador está difícil; por ello avanza nuestro Teniente Coronel hasta las guerrillas a dominar el campo y dar las últimas disposiciones para el ataque; el enemigo dirige un certero fuego y cuando el Teniente Coronel me señala el puesto que debemos ocupar en el asalto, el chasquido característico del balazo derriba en tierra a nuestro querido jefe. Abundante sangre mana de su pecho; ha recibido en él una grave herida y mientras le retiramos, el Coronel Castro [Girona] llega a ordenar la acción.

Tras ese primer plano dramático, sigue un plano general en el que el supuesto guion de la película hace un "encadenado" del campo de batalla por donde pasan fugaces las figuras de los combatientes, cada una con su drama personal. Es una mezcla de conjunto y rápida:

Los legionarios avanzan decididos, corriendo por la barrancada, dejan atrás a los caídos que los camilleros incansables retiran a los espacios desenfilados. Unos camilleros conducen a un soldado herido; cae alcanzado uno de ellos por el plomo enemigo y el otro, activo, lo desenfila en una cuneta; ya lo recogerán los que vienen detrás. Otro, moribundo, quiere hablarnos al paso; nos detenemos unos segundos, pero no puede, expira en el esfuerzo. Un soldado, con un balazo en el pecho, corre animoso a nuestro lado; sigue combatiendo; desfallecido y sin fuerzas es llevado más tarde a la ambulancia.

El avance sigue impetuoso y se corona la primera loma. ¡Viva la Legión! El enemigo huye delante de nosotros. En el camino encontramos varios moros muertos.

El relato es de gran movimiento, en sucesión emocional del sentimiento y la acción, todo rápido y breve, atropellado, a lo que dará contrapunto la morosa descripción de la mancha de sangre sobre la chilaba blanca de la mora muerta y poco después, la reunión en el puesto de socorro de todas las figuras que antes cruzaron veloces y ahora se imaginan serenadas bajo la absolución del capellán:

Al pie del cortado de la izquierda, y a cubierto de los fuegos enemigos, un Capellán auxilia a los heridos. A su lado se detienen breves momentos las camillas y se agrupan los guerreros ensangrentados que reciben la absolución, mientras los camilleros legionarios, rígidos y descubiertos, contemplan el emocionante cuadro.

La densidad dramática.

Los párrafos más literarios corresponden a lo sentimental, al tono épico-heroico de la línea general que sigue la trama del Diario, que cuanto más humano y realista sea, será más legionario, y por ello, histórico-militar, mejor dicho, cronístico, puesto que se refiere a una guerra anotada entonces, día a día, de gran crudeza y cierto exotismo.

Pero sobre todo, la atención del autor está presa en el drama humano de todo oficial y legionario que cae bajo el fuego -enemigo. 

La descripción apoya y trae al primer plano cada relato, para fijado y precisar sus detalles y su fuerza emotiva:

Es ya de noche cuando nos retiramos. A nuestro paso tropezamos varias camillas.

Una de ellas descansa en tierra; es el joven teniente de regulares García de la Torre. Este pobre chico, herido en el vientre, se ha caído dos veces de la artola, matándose el mulo que lo conducía, y le llevan ahora dos moros pequeños y poco resistentes que se cansan de su pesada carga. Nos paramos a su lado. El teniente coronel González Tablas, allí presente, le dirige unas palabras de consuelo: "No es nada, adelante, dentro de un mes estará usted paseando con el guayabo". -Yo no veré más al guayabo, el mulo me ha tirado dos veces; mi herida es mortal, pero no importa, dice el muchacho con una sonrisa triste. -Le animamos un poco y encargamos de su conducción a cuatro legionarios fuertes; un sargento con otros ocho escoltan al herido. En las sombras, de la noche vemos perderse la camilla con la preciosa carga.

Hacia el fondo del valle, las hogueras de los poblados en, llamas alumbran nuestro camino y, bajando la interminable cuesta, al recordar al héroe que marcha en la camilla, pensamos en el dolor del «guayabo» que le espera...

Las descripciones paisajísticas pronto se llenan de moros enemigos, de legionarios o regulares al asalto, y al final de camillas. 

Es paisaje de guerra, escenario de combate. En él, al fin, un hombre que se muere, al que el escritor describe con las mismas palabras, las finales, como un brevísimo elogio -glorioso, heroico-, o un lamento. compasivo: ¡pobre muchacho!, que da la suficiente nota de humanidad y sentimiento en el estoicismo inevitable de la acción bélica. 

Franco repetirá cosas así:

Por la cuesta sube perezosamente una camilla. Con los, gemelos distinguimos las botas de oficial. Al acercarnos se detiene: es un alférez que viene herido; al preguntarle por la herida se levanta y, rígido, nos saluda. ¡Qué madera de militar la de este alférez de complemento, que voluntariamente combate a las órdenes de González Tablas!

Era un alférez de complemento, voluntario en Regulares, es decir, con el mínimo profesionalismo que cabe en un oficial. Luego será un legionario en su bautismo de sangre: «Sus últimas palabras, son: ¡viva Chile! ¡viva la Legión! ¡pobre chileno, muerto gloriosamente por España en su primer combate!» Y poco después otro oficial bisoño, querido, popular. "Muere el teniente Ochoa: ¡Pobre Ochoíta, muerto gloriosamente en plena juventud!"

Las breves y salpicadas expansiones del sentimiento, dejan paso, una y otra vez al párrafo descriptivo; ahora el del héroe que dejó un recuerdo más permanente en los legionarios. Los voluntarios parten de la Segunda Caseta. Son catorce legionarios del cabo Suceso Terreros, voluntarios para socorrer al oficial herido en el blocao «El Malo», que está cercada por el enemigo:

Saben que van a morir. Algunos hacen sus últimas recomendaciones. Lorenzo Campos ha cobrado la cuota y no ha tenido ocasión de gastarla. Entrega las doscientas cincuenta pesetas al oficial, diciéndole: Mi teniente, como vamos a una muerte segura, ¿ quiere usted entregar en mi nombre este dinero a la Cruz Roja?


Anochece cuando llegan, el enemigo ataca furiosamente, dos soldados caen antes de cruzar las alambradas. En el blocao encuentran al oficial herido grave y otros soldados ya han muerto. Franco lo describe con fría sobriedad, en frases telegráficas, pero la emoción le va venciendo hasta hacerle terminar en una exclamación ejemplarizadora, que equivale a una arenga:

La noche ha cerrado y el enemigo ataca más vivamente. Un enorme fogonazo ilumina el blocao y un estampido hace caer a tierra a varios de sus defensores. Los moros han acercado sus cañones y bombardean el blocao furiosamente. En pocos momentos el blocao «El Malo» había desaparecido, quedando sus defensores sepultados bajo los escombros... ¡Así se defiende una posición! ¡Así mueren los legionarios por España!

Alternan de nuevo las simples notas de los caídos, con las descripciones del combate: Cae el teniente Fortea y «a su lado un ordenanza moro llora silencioso». Pronto, otros:

El terreno está tan enfilado y es tanto el fuego, que al momento contemplamos a nuestros pies, moribundo, al bravo Blanes, abanderado de la Primera Bandera -la de Franco-, el aristócrata granadino: ¡Viva España, viva la Legión!, grita cuando le llevan.

Los muertos y heridos se van amontonando detrás del pequeño parapeto. Los balazos en la cabeza abundan y el joven médico Del Río se multiplica para curarles. –A éstos, ponerles el sombrero -dice-, son los que con el cráneo destrozado no necesitan auxilio, y a los gritos de ¡viva España! y ¡viva la Legión! muere lo más florido de nuestras compañías.

La lucha y el relato se endurecen.

Y Franco enumera: Al grito de ¡el teniente, el teniente!, retiran a Sanz Prieto, con la cara ensangrentada, fluye la sangre de su boca y aún grita: ¡viva la Legión! i viva la Le...!, no puede terminar. El teniente Vila, va herido en los brazos; un sargento viene de los primeros puestos con la cara enrojecida, al pie del camión le han herido en la cabeza y dice alegre: ¡me han herido, pero le he matado! La lucha es despiadada, cruel, feroz, encarnizándose progresivamente :

En los fusiles de los legionarios brillan los machetes, los vivas e interjecciones se suceden: ¡perros!, ¡cobardes!, ¡toma!, ¡hay! Al banderín de la 13 compañía, enarbolando su bandera, se le oye gritar, cae a tierra. Un oficial cae herido o muerto. Sobre él muere un legionario. Los moros ruedan por la ladera, pero el fuego sigue muy intenso...

Ha aparecido una guerrilla de moros muy cerca. Es el 1 de octubre de 1922. El oficial advierte: ¡No tiréis, que son regulares! Pero eran enemigos disfrazados y descargaron sus fusiles a bocajarro. Luego, Franco nos describe la herida de Mola con la misma concisión y la misma proximidad que la de Millán Astray:

Los regulares han encontrado la misma resistencia y cuando me acerco a ellos para armonizar el avance, veo caer herido al teniente coronel Mola, que les manda en ausencia de González Tablas.

Ni un detalle. Mola es un buen compañero, amigo, pero no quiere que la intimidad se refleje en su Diario. No escribe para subjetividades. En cambio este párrafo es uno de los pocos, acaso de los dos únicos en que emplea la primera persona: «me acerco» y «veo», en lugar de «nos acercamos» y «vemos», habitual. La otra ocasión es ésta que figura en nota al pie:

Nuestro teniente coronel había marchado a España para reclutar nuevas Banderas; he tomado el mando del destacamento hasta que vuelva.

La dureza de la lucha y la espontaneidad de sus notas, al salir del combate, hace que, a veces, el autor parezca profesionalmente insensible, como en su escueto relato del aniquilamiento de la cabila de Beni bu Ifrur el 2 de diciembre, rodeada y recorrida con duro castigo a los aduares:

A nuestro paso, las columnas de humo se levantan de las pequeñas casas y la ola de fuego alcanza los poblados de la montaña; todo va quedando devastado. Las otras dos columnas en este día, se han internado también en Beni bu Ifrur, y esta cabila que tanto se había distinguido en sus crueldades, ha quedado destruida.

Pero ya hemos recogido aquí mismo notas de sentimiento en las que se ve al autor profundamente conmovido, no sólo con la muerte de quienes luchaban a sus órdenes, sino por la desgracia personal de enemigos concretos.

Recrudece la lucha el enemigo y el realismo literario se hace hiriente, cruel, porque no hay otro modo de reflejar la ferocidad inhumana empleada contra heridos y prisioneros, las matanzas y torturas en masa, el sadismo de la mutilación. Primero en Monte Arruit, luego en Drius:

Renuncio a describir el horrendo cuadro que se presenta a nuestra vista; la mayoría de los cadáveres han sido profanados o bárbaramente mutilados. Los hermanos de la Doctrina Cristiana recogen en parihuelas los momificado s y esqueléticos cuerpos y, en camiones, son trasladados a la enorme fosa. ¡Es tan difícil identificar estos cuerpos, con la cabeza machacada!

Los pueblos próximos a la Abadda parecen estar en actitud pacífica y sólo los cadáveres y huesos de que el llano está salpicado nos hablan de crueldad indígena. Conforme nos internamos, los montones de costillas, cráneos machacados, quemados y sin posible identificación, jalonan el camino, algunas ropas con el número 59, indican que pertenecieron a soldados del Regimiento de Melilla.

En espuertas recogemos los restos de aquellos soldados, algunos de los cuales encerrarán heroísmos sublimes para siempre ignorados...

Sólo ahora, al releer esto, comprendo la repetición de estas palabras por el propio Franco en la audiencia que tuvo la atención de concederme cuando le presenté España en sus Héroes, casi cincuenta años después. No es extraño que lo recordase.

La técnica y la forma literarias.

El Diario es de un escritor novel, sin más antecedente literario que un artículo inédito: El mérito en campaña, que se recoge en sus páginas por primera vez; todos los articulas de Franco en la Revista de Tropas Coloniales son posteriores al Diario de una Bandera. No es aventurado pensar que antes de dar a la imprenta esta primera obra fuese pulida y corregida, limando algunas exhuberancias de estilo, no muchas, pues se ve que por muy novel que fuese no le iban al autor, de gran autodominio, incluso en sus expresiones emotivas. La sequedad literaria ante los compañeros caídos, se calentará siempre después en las páginas publicadas del Diario de Ahucemas, escrito sin duda al correr de la pluma, por lo que la muerte de cada compañero va entre admiraciones y adjetivos, incluso con exc1amaciones de indignación como «¡Os vengaremos!», expresividad sentimental que en el Diario de una Bandera es excepcional ante la sorpresa de la muerte de Fontanes, y que se ha frenado incluso al caer herido el jefe del Tercio, que entonces se llamaba José Millán Terreros Astray.

El Diario de una Bandera en su aspecto literario es una obra eminentemente dramática, cuajada de anécdotas, en las que no se excluye el lenguaje crudo y legionario, el amargo sabor de un realismo macabro, del que sobresalen pinceladas remarquianas seis años antes de publicarse Sin novedad en el frente [13]. Son numerosos los párrafos que responden a este género, pero baste el ejemplo de: "Unas cabezas con sus ojos vidriosos nos recuerdan todo el horror de la guerra", el salvajismo de las mujeres moras que rematan a los heridos y los despojan de sus ropas. Y aquí y allá se repiten las momias descuartizadas, castradas, las cabezas cortadas y cráneos machacados, los costillares resecos al sol, extendidos por el campo en paisaje lunar de huesos humanos, el cuadro que se presenta a su vista con la mayoría de los cadáveres profanados o bárbaramente mutilados, que obligan a los legionarios a alejarse de Monte Arruit "sintiendo en sus corazones un anhelo de reivindicación, de imponer el castigo más ejemplar que hayan visto las generaciones".

Este realismo romántico da a la obra una característica esencial de literatura dramática o mejor épica, que salta a primera vista. Pero si hubiéramos de encuadrarla estrictamente en la terminología de los géneros literarios, diríamos que corresponde más a la narrativa que a la creación. El autor, por carácter y por su acendrada personalidad militar, es hombre sobrio, razonador y práctico, con más imaginación que fantasía. No abundan en su obra las imágenes brillantes y atrevidas, ni en ésta ni en las otras dos que tienen más pretensiones de libertad creadora; las metáforas son más bien simples y directas y casi se limitan a la pura adjetivación sensorial. Dentro de este carácter, que encaja más en las obras narrativas que en las de creación pura, hay una buena dosis de páginas descriptivas que salpican el relato general hasta casi nivelar ambos géneros.

En lo narrativo destacan la vida, costumbres y acciones legionarias, los hechos bélicos y heroicos, las últimas frases de los muertos y heridos, todo ello teñido a veces de un suave y reprimido romanticismo lírico, sensible, elegíaco si cabe, que es puro escape de una expresión o apenas media frase cortada del sentimiento del autor.

En cuanto a la técnica constructiva de estos elementos narrativos, diríamos que se asemeja a la de Raza, definida por Franco como "anecdotario". Indudablemente, antes de redactar el Diario de una Bandera, Franco ha reunido, día a día, un buen anecdotario de su campaña marroquí.

En lo descriptivo destaca el paisaje, el ambiente, la situación táctica, el pintoresquismo de tipos y actitudes y la contemplación de la muerte en el campo de batalla.

Aún habría que añadir, en lo literario, dos ingredientes esenciales para matizar la obra: el tono heroico, administrado con sabia economía, y el humor que sólo se manifiesta por ligerísimos brotes, en momentos oportunos, para dar la verdadera visión del alma legionaria y rebajar con unas gotas humorísticas la carga dramática de algunas páginas.

Humor negro a veces, pero sano y eliminado pronto, apuntado más que desarrollado en una frase completa del propio humor o del de los legionarios.

El otro ingrediente son las semblanzas. Como en el Diario se vive entre oficiales y legionarios, la pintura de tipos y personajes se reparte entre unos y otros casi al cincuenta por ciento: noticias de heroísmos de los compañeros del autor, en las mínimas frases y gestos, rasgos y actitudes en situaciones límite; picardías, aventuras y lances, tragicómicos muchas veces, de los legionarios de desgarrado vivir, que en su vida anterior han sido atletas, caricatos o artistas de los más extraños géneros; nobles vergonzantes, oficiales desertores de otros ejércitos, novicios a prueba y hasta un supuesto príncipe etíope.

Escribió Baón que en la tercera edición, el Diario sufrió alteraciones en el texto por la censura de un sobrino de Franco, acaso sin saberlo él mismo. Antes pienso, al contrario, que fue él mismo quien suprimió crudezas y ensañamiento s de escritor juvenil y espontáneo sobre el combate mismo, como lo anterior. Tengo motivos para pensar en correcciones como las que él hizo para mi segunda edición de su Diario de Alhucemas.

Así vamos delimitando literariamente la obra como un relato de narrativa épico-dramática, influida por grandes dosis de descripción y unas gotas de humor, anecdótica y pintoresca. Ahora habría que añadir que su método constructivo para el encadenamiento de escenas y anécdotas, es profundamente humano y vivencial, y su estilo cortado, de párrafos que se atropellan en ritmo, variedad y contraste, hacen pensar que con poco esfuerzo se convertían en un guión cinematográfico.

Lo apuntaba Hills sólo a propósito de la página de la herida de Millán Astray, con intensa variación de ritmo en dos párrafos de apenas diez líneas, para terminar en el plano romántico de la niña muerta, pero es que páginas como esa se repiten con harta frecuencia a lo largo del libro.

Los demás aspectos, clasificados por Crozier, son más bien secundarios por lo que toca al examen de la obra como literatura. Sería obvio destacar que por encima de lo literario, el Diario de una Bandera es una obra histórica, equivalente a una crónica de la reconquista del territorio de Melilla en los años que comprende. Pero también es, en gran medida, un libro profesional, de choque, de vanguardia, como se muestra ya en el artículo inédito de Franco [El Mérito en Campaña], que escribió el año 1920, y sólo aquí se reproduce [Revista de Historia Militar, número 40], dos años después, donde se indigna contra la indiferencia peninsular y se lamenta de los planes oficiales para crear un ejército colonial, a lo que alude también aquella ironía de que no vean los legionarios tanta infamia porque su reacción «podría arruinar nuestra política». Todo eso tiene que relacionarse con la política militar.

Las dos partes del libro adquieren a primera vista un tono distinto en cuanto al tratamiento literario. En la primera parte: La organización, puede decirse que todo es descriptivo y pintoresco.

En ella está esa breve semblanza de Tetuán en la que entra con la naturalidad que le sirve de pie, oyendo a un cabo hablar de Antonio de Alarcón y de su descripción de la ciudad, por la cual todos esperan con impaciencia admirar "la paloma dormida". Al contemplarla Franco nos dice que «al pie de las casas, como ropa tendida, blanquean las sepulturas y azulejos de los cementerios». En Xauen encuentra que «la misteriosa ciudad tiene la paz de los poblados mogebrinos y por las calles empinadas y estrechas los olivos se asoman entre los pendientes y rojizos tejados».

En su técnica narrativa, cinemática o recreada alternativamente, según los casos, alterna su atención conjunta al paisaje y a la vida, como en la literatura del 98, de la que sin duda ha leído ya algunas piezas. Y hay una extraña mezcla de estilo, muy moderna, cuando utiliza como recurso oportuno y eficaz un ¡Viva la Legión!, metido entre dos frases, sólo por dar ambiente a una movida escena del combate, sin razón ni sintaxis, sin porqué gramatical ni literario, sino exclusivamente, por el efecto impresionista que pretende causar para mayor realismo del ambiente. Y encuentra momento para ofrecernos lo épico con la oportunidad de esa Canción del legionario que oye cantar a los suyos en un café de Melilla, cuya letra, del comandante Cabrerizo, es para Franco «uno de los cantos más bonitos hechos a la Legión». Hay en ella estrofas de gran fuerza, con dureza y con garra legionaria desde los primeros versos:

¿ Quiénes son esos bravos soldados

con bustos de bronce, curtidos de sol?

Canta al laurel que germina en sus huellas, a su empuje, que todo lo arrolla y es un torbellino como un huracán, tras lo cual una estrofa pinta la furia legionaria, sin un solo verso deleznable:

Cuando avanzan sedientos de lucha

para detenerlos no hay fuerza capaz,

pues asolan, incendian y matan,

como poseídos de furia infernal.

El poeta tiene presente la característica esencial de esos hombres, alistados a la Legión por motivos oscuros y profundos, «olvidando los hondos misterios que todos encierran en su corazón».

Eso es en el asalto, pero hay un retórnelo. Pasada la furia ciega, pugnan por brotar los motivos profundos: «y al volver de la ruda jornada, rendidos los cuerpos, mas no el corazón, aún renacen los viejos ensueños y, para acallarlos, brota su canción: agarrado, a la bandera, que tremola mi legión, se ha dormido la quimera que guardo en mi corazón». Luego una bella metáfora: «la muerte va huyendo delante de mí», pero en su hondo ensueño, nebuloso recuerdo, la muerte es la mujer olvidada, porque en su mente se confunden ambas imágenes: «tu destino es soñar la quimera que hoy, hecha jirones, va en tu corazón, y aún habrá una sonrisa en tu boca; tu amarga sonrisa de desilusión. Y es que muy dentro del alma, fundida en tu sangre, con llanto y con hiel, aún revive contra tu deseo un inolvidable nombre de mujer». Esa era la canción legionaria que entusiasmaba a Franco y por ello la incluyó íntegra en su Diario.

Merecerían divulgarse aquí muchos más versos, de verdadero mérito e inspiración épica, pero supondría salimos del tema. Lo elegíaco reviste las expresiones más variadas: la niña con la mancha de sangre en el pecho, el ordenanza que llora a su capitán muerto, él oficial que reconoce a su padre en un viejo legionario, el teniente que muere en la camilla recordando al guayabo que le espera en la ciudad, el chileno que muere por España en su primer combate, el legionario que cae muerto sobre el cadáver de su oficial o el cabo banderín que grita su herida agarrado a la bandera. Si algo queda en el sentimiento del lector, cincuenta años después de haber olvidado aquel Diario que leyó de adolescente, es un regusto de aventuras horrorosas y heroicas, referidas muy cordialmente por un joven militar, como algo hondamente sentido, humano y vivencial.

Las causas del desastre.

En su primera edición, lo de Diario de una Bandera era un subtítulo, que en la portada del libro iba con letra mucho más pequeña que el verdadero título: Marruecos. En la tercera edición, el subtítulo prevaleció eliminando al título, como pedía lo literario y lo comercial. Si algún subtítulo aclaratorio mereciese, sería éste: «Por los caminos del desastre».

Mucho debió impresionar al escritor la macabra visión de las posiciones sacrificadas en la retirada de Anual. Encuentra incomprensible aquel abandono general de líneas que podían haberse defendido sucesivamente; y con un realismo asombroso, con profunda honradez incapaz de nublarse por deformación profesional, escribe:

Si hubo algún error o desacierto en la labor política, no es justo atribuir a ella las causas del desastre; examinemos nuestras conciencias, miremos nuestras aletargadas virtudes y encontraremos la crisis de ideales que convirtió en derrota lo que debió haber sido pequeño revés.

El párrafo es de las «Consideraciones Generales» que constituyen el último capítulo del libro, puramente profesional, casi un artículo de táctica marroquí, pero la denuncia de los errores militares surgió antes, a la llegada a Dríus, ante la contemplación del paisaje con ojos tácticos:

Frente a la posición se extiende un enorme llano. Cuanto más se avanza, menos se explica lo pasado. ¿Cómo no se habrá detenido en Drius la .triste retirada?!

Recorred estos campos; conversad con los soldados y clases que participaron del desastre e interrogad a los indígenas. Sólo entonces encontraréis la clave de esa retirada que empezó en Anual y acabó en las matanzas de Zeluán y Monte Arruit.

Es casi inconcebible la valiente acusación del joven comandante del Tercio al decir que el desastre se debió al fracaso del mando, pero en el mismo capítulo resalta la necesidad de una urgente reforma:

Mejorar la calidad de los soldados voluntarios con la elección de cuadros que les proporcionen una oficialidad voluntaria y valerosa, que les eduque en un credo de ideales que no ha de sostenerse con un puñado de pesetas. Es necesario el estímulo, que los oficiales se especialicen en la guerra, que conozcan al enemigo y que no sueñen con el momento de regresar a la Península cumplida su forzosa ausencia. Sólo el premio justo puede en esta época de positivismo conservar en África los cuadros de oficiales apropiados para las unidades de choque.

Estamos de lleno en el aspecto técnico del Diario de una Bandera, aspecto técnico-moral. A él corresponde el último capítulo, un recuerdo dedicado a los infantes heroicos que cayeron en la defensa de sus posiciones.

Pero el capítulo anterior es un examen general de las características del combate en Marruecos, donde analiza y critica todo: la política militar, la organización de las tropas, las características del enemigo, las precauciones en los barrancos, la ocupación de las cumbres, el «chaqueteo», el «saber manera». En él destaca aquel famoso párrafo previsor sobre lo que había de ser el punto clave para el fin de la guerra cuatro años después. Él lo señalaba inexorablemente:

Alhucemas es el foco de la rebelión antiespañola, es el camino a Fez [14], la salida corta al Mediterráneo, y allí está la clave de muchas propagandas que terminarán el día que sentemos el pie en aquella costa.

El fondo técnico-militar.

El autor es militar. El arte de la guerra, como arte puro, produce al militar de vocación una emoción artística, como la de un sentimiento estético cualquiera. Quien lo experimenta con ese espíritu puede admirar un episodio, si no predomina lo cruento, como la admira Franco con una frase que sintetiza el movimiento táctico: «La operación resulta preciosa. Las columnas avanzan en direcciones perpendiculares».

Es algo que podría definirse dentro del enunciado: «La guerra como creación artística», o «La guerra como emoción .estética». Entiéndase esto sin belicismo ni belicosidad.

En sus posteriores artículos de la «Revista de Tropas Coloniales», se manifiesta ya un interés concreto de Franco por la política marroquí, pero en el Diario tal interés es todo lo general que puede tener un militar alejado de los centros políticos de España, aunque suficientemente sensible como para preocuparse por los aspectos sociales de la guerra, de los combates en que cada día se ve implicado y de sus consecuencias sobre la población civil y sobre la tierra en que se desarrolla. Por eso ironiza sobre la crueldad de los moros que «así devolvían los beneficios que les había traído la civilización».

Lo observa Crozier, al señalar el valor autopsicológico que el Diario tiene según el cual afirma el crítico que cualquiera imaginaría por el Diario que Franco llegase a alcanzar los más altos puestos en su carrera militar, pero, por esa misma falta de dedicación a la política, sólo un clarividente hubiera imaginado que se convertiría en Jefe del Estado español.

Franco va escalonando sus consideraciones técnicas y tácticas desde la crítica de la organización militar del Protectorado. Ya vimos antes que Franco, con pura crítica profesional, alude en duros párrafos a los errores de la dirección de la guerra,  denunciando lo que no debió perderse en Anual. Son unas cuantas frases que revelan su desacuerdo en lo táctico con la conducción de las operaciones.

De cuando en cuando, se detiene Franco para hacer un análisis de razones, aciertos y errores en la organización defensiva de las posiciones, para extenderse en consideraciones tácticas, que rompen la armonía de la narrativa literaria, pero que suponen valiosas enseñanzas de quien en sus meditaciones marroquíes ha llegado a conclusiones más agudas que sus compañeros. Lo mismo podría decirse cuando alude al empleo de la aviación, carros y artillería, a los inconvenientes de la ametralladora Hotchkiss, a la necesidad de nuevos modelos de armas automáticas para agrupadas formando batallones de ametralladoras e incluso de fusiles ametralladores, o al menos aumentar el número de éstos en sustitución de otros tantos fusiles de repetición, previendo algo tan lejano como la reciente desaparición de ellos al dotar de fusil semiautomático a todos los soldados.

Nos descubre, en fin, el empleo en aquella campaña del tren blindado para proteger el convoy a Sidi Amed y los camiones blindados a otras posiciones. Pero también se detiene, sobre todo en los últimos capítulos, en mostrar ejemplos de la táctica menuda legionaria, de los que deduce enseñanzas para los jóvenes oficiales y aún para los legionarios bisoños, en especial, el modo de descubrir al enemigo en un campo vacío en apariencia, sobre el «saber manera» de la psicología legionaria y enemiga, las argucias y ardides de guerra, todo lo cual queda en las «consideraciones finales» del Diario, como un apunte del que nacerán cuatro años después las instrucciones y prevenciones de sus «Cartillas de Instrucción» como jefe del Tercio.

Dedica un capítulo entero a estudiar las condiciones de los blocaos y su aspecto defensivo, que no le gusta como lo encuentra, y aludirá a ello al tratar de fortificación en la guerra del 36.

Pero en el Diario hay también sugerencias y afirmaciones rotundas de criterio táctico sobre los tanques, los aviones, las ametralladoras. Los oficiales conservadores decían que los tanques no sirven para Marruecos. Franco asegura: «Son de gran aplicación en esta guerra. Veremos si el tiempo me da la razón». Pero utilizados por parejas, para la protección mutua, de modo que uno pueda ser protegido por el otro cuando se para por falta de gasolina y «con doble ametralladora como en los ejércitos extranjeros», y propone la implantación de modernas unidades de carros de combate, sobre la base de un modelo ligero, que se adapte a las condiciones de la lucha marroquí, llegando incluso a apuntar la necesidad de utilizar cartuchos seleccionados para la ametralladora Hotchkiss [M1914, de 7 mm], que disminuyan sus frecuentes interrupciones. Explica a sus compañeros cómo han de utilizarse los aeroplanos en combate y hasta dónde puede llegar su cooperación con la infantería, con observaciones que nadie había hecho hasta entonces.

La vocación, el espíritu militar, el entusiasmo profesional, rezuman de las páginas del Diario; por la mayoría de ellas, abriéndolo al azar, hay alguna reflexión interesante, reveladora, en cualquiera de los múltiples aspectos: humanístico, científico, técnico, psicológico o táctico, que forman el complicado mosaico de la cultura castrense. Al anotar que lo más preciado en aquella guerra no es el material, sino los hombres, es para reiterar insistentemente la primacía del carácter, como elemento de la personalidad, que puede hacer de cualquier hombre un buen soldado. Lo afirma con el aplomo, de la práctica y la experiencia, como quien en la ascética de su propia autoeducación tiene la clave de su propia carrera.

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[2] El libro "Marruecos: Diario de una Bandera", por el Comandante Franco, entonces Jefe de la I Bandera de la Legión, y prologado por el Teniente Coronel Millán Astray, fue publicado en 1922.

[3] El libro “Marruecos: Diario de una Bandera”, inicia con un prólogo del Teniente Coronel Primer Jefe de la Legión Extranjera, don José Millán-Astray; y sigue con la siguiente dedicatoria del Autor, al Lector: “No encontrarás en este libro una obra literaria; sólo hallarás el conciso y verídico relato del Historial de una BANDERA, a la que el destino brindó el honor de derramar repetidas veces su sangre por España”.

[4] MANUEL AZNAR, prólogo de 1956 con el título Evocaciones y Recuerdos.

[5] BRIAN CROZIER: Franco: A biographical history, 1967, traducido al español como Franco. Historia y biografía. Madrid: EMESA, 1970, 2 vols.

[6] GEORGE  HILLS: Franco, el hombre y su nación. Editorial San Martín, 1968.

[7] BRIAN COZIER: Franco, Historia y Biografía. Edit. Magisterio Español. Madrid, 2 vols., 1969, págs. 96 a 117 y 135.

[8] MANUEL AZNAR: Prólogo a la 3ª edición del Diario de una Bandera. Editorial Afrodisio Aguado. Madrid, págs. 9 a 27.

[9] .

[10] Transcribimos el PRÓLOGO del Teniente Coronel Primer Jefe de la Legión Extranjera, don José Millán-Astray.

“OFRENDA. A Los muertos por España en las filas del Tercio de Extranjeros.

Al Comandante Franco le vi por vez primera en Valdemoro, habíamos ido allí a un curso de tiro; me nombraron entre todos los compañeros encargado de hacer la Memoria y busqué, entre los que allí había, quienes me tenían que ayudar en tan ardua labor, y entre ellos y por natural impulso, por simpatía personal tan sólo, invité, entre otros, a Franco, de aquí nace nuestra amistad y el alto concepto que tengo de este Jefe.

Cuando hube de organizar la Legión, pensé cómo habían de ser mis legionarios, y habían de ser lo que hoy son; después pensé quiénes serían los Jefes que me ayudasen en esta empresa y designé a Franco el primero, le telegrafié ofreciéndole el puesto de LUGARTENIENTE, aceptó en seguida, y henos aquí trabajando para crear la Legión; los Oficiales los elegí en la misma forma y así llegaron Arredondo, el primer Capitán, Olavide, el primer Teniente y todos los demás.

El Comandante Franco es conocido de España y del mundo entero por sus propios méritos y las características que debe reunir todo buen militar, que son: valor, inteligencias, espíritu militar, entusiasmo, amor al trabajo, espíritu de sacrificio y vida virtuosa, las reúne por completo el Comandante Franco. Pasad a leer su libro y aunque él con sentida modestia no se nombra a sí mismo, ni hace del libro coro de interesadas alabanzas de sus compañeros, de la lectura iréis obteniendo quién es Franco y quienes los legionarios y los Oficiales de la Legión.”“

[11] GEORGE HILLS: Franco. El hombre y su nación. Librería Editorial San Martín. Madrid 1968, págs. 107-125.

[12] A una nina talaverana fallecida por el ataque de la aviacion rojadedica el escritor Jose Maria Peman  su poema La nina de Talavera incluido en el libro de 1938  Poema de la Bestia y el Angel.

[13] Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues en el original alemán) es una novela de Erich Maria Remarque que muestra los horrores de la guerra desde el punto de vista de un joven soldado. La obra suele categorizarse como de literatura antibelicista, aunque el mismo Remarque la calificó de apolítica.

El libro se publicó por primera vez en Alemania en noviembre y diciembre de 1928 por el periódico Propyläen Verlag y como novela en enero de 1929.

[14] FEZ: en el siglo XXI, Es una de las cuatro ciudades llamadas imperiales junto Marrakech, Mequinez y Rabat. En Marruecos está considerada como el centro religioso y cultural del país. Su universidad, famosa por el estudio del árabe y la religión musulmana, la convierte en punto de paso de un gran número de estudiantes marroquíes.