XAUEN, LA TRISTE[1]
Por el Coronel Francisco
Franco [2]
Reflexiones cuando la operación de retirada de Xauen, en la región occidental del Protectorado, ejecutada en noviembre de 1924.
XAUEN, LA TRISTE. DEL DIARIO DEL GENERAL FRANCO
Publicado en ÁFRICA. REVISTA DE TROPAS COLONIALES, número 19, julio de 1926
Resuelto
el problema militar en la Región Oriental con la derrota del cabecilla rebelde
y organizado el protectorado en las regiones recientemente sometidas, todas las
miradas de cuantos se preocupan de nuestros intereses marroquíes, vuélvense hacia
la zona de Yebala. Las informaciones oficiales se hacen eco de las luchas
rurales, de la reacción general del país contra los rifeños y de su total
expulsión del territorio de los jumsis [3]
(Ajmas) y en estos momentos en que el nombre de la misteriosa ciudad del monte
vuelve a tomar actualidad en nuestra política y cuando brillantísimos triunfos
han coronado el esfuerzo y la serena tenacidad de los días difíciles, escojo
entre las cuartillas que guardo inéditas de la pasada retirada algunas que
reflejan la emoción de la ciudad sagrada en horas tan críticas y que son trozos
de su historia, que juzgo no deben perderse.
Mediaba el mes de noviembre de 1924, cuando
los preparativos para la evacuación de la ciudad de Xauen quedaban ultimados [4].
Al amanecer de uno de estos críticos días, cuando apenas el sol se ha iniciado
tras las altas crestas de Yebel Magot, afanosos los indígenas pobladores de la ciudad,
se agrupan confusos en la proximidad de los ennegrecidos camiones en demanda de
un puesto para emprender el éxodo. El material más complejo aparece ya cargado en
la larga caravana de los enormes vehículos bajo las miradas tristes de los
viejos xaunis que arrebujados en sus yilabas blancas vigilan desde el amanecer
el afanoso trajinar de nuestros soldados. Sentados en grupos sobre las rocas grises
de las laderas del Kala, contemplan silenciosos el desmantelado campamento
tendido a sus pies, ocultando bajo una tranquilidad o una indiferencia
aparentes el amargo rencor que nuestra marcha les produce.
Al recorrer la larga hilera de camiones, un
espectáculo pintoresco y triste se ofrece a nuestros ojos; en torno del jefe
del convoy se agrupan en abigarrada confusión las mujeres europeas, mal
trajeadas y agobiadas por un rebaño de chiquillos; las barraganas
pintarrajeadas, de rostros amarillentos y marchitos, ataviadas con
inverosímiles trajes de llamativos colores; las familias de los soldados y los jornaleros,
y numerosos hebreos a quienes la ocupación había acomodado a mejor modo de
vivir y que temen la reacción del fanatismo. Vénse también las moras de
distinguida posición envueltas en sus jaiques de lana, ocultos sus rostros bajo
los albos mantos y acompañadas de
moritos vestidos de yilabas de brillantes tonos. Toda esta confusa multitud
aspira a ocupar un sitio en los alineados camiones.
Cruzamos junto a los corrillos de indígenas,
acercándonos con la intención de leer en los semblantes de los viejos moros y
observamos sus ojos entristecidos y recelosos... ¡parecen presentir la emoción
del momento que se acerca! Por fin, trepidan los motores de los monstruosos
vehículos y perezosamente inician la marcha los más avanzados, momentos después
la caravana entera se precipita oscilando y entre nubes de polvo por la
pendiente de la carretera serpenteante e inverosímil...; se pierden a lo lejos
llevándose de la ciudad montañesa la alegría y el progreso que antaño trajeron.
La marcha del convoy arranca de su melancólico éxtasis a los espectantes grupos
de indígenas, y en tanto unos permanecen aún sentados en la contemplación del campamento,
aléjanse otros en dirección de la ciudad, para volver al día siguiente a su
observatorio.
El sol cae, cuando cruzamos bajo las puertas
de la ciudad sagrada; la vida y la actividad de otros días ha desaparecido de
las calles morunas, las puertas claveteadas, con sus enormes y ostentosos
llamadores, permanecen cerradas, las tiendas y los cafetines se encuentran
desiertos y vacíos de toda mercancía, los primitivos telares están parados, tras
las puertas entornadas parecen dormir en la calma apacible de este poniente sol
de otoño.
En la plaza de España, algunos paisanos
ayudados por legionarios hacen almoneda de su modesto ajuar...; contados moros
acércanse codiciosos a las camas y los sommiers y por unas pesetas
compran de barato lo que fue lecho del humilde obrero. Quinqués, cubas, sillas,
cacharros y enseres heterogéneos y desportillados, todo es malbaratado en la
plaza pública y lo que no se vende queda abandonado ante la torva indiferencia
indígena.
Continuamos ahora en dirección al barrio de la Sueca. Unos soldados encaramados en una escala recogen respetuosos los últimos recuerdos de nuestra dominación. La placa de mármol con el nombre de «Plaza de España» es cuidadosamente desprendida de los carcomidos muros de la Alcazaba, en cuyo torreón más alto, cubierto por la hiedra venerable de varios siglos, hondeó hasta ayer junto a la marroquí enseña, la amada bandera española que el viento se encargó de derribar, como queriendo piadoso evitarnos hoy la amargura de arriarla. «Calle del 12 octubre», de «Alfonso XIll», del «General Berenguer», dicen las otras lápidas cariñosamente desprendidas en evitación de las profanaciones de mañana.
Entramos en el barrio de la Sueca; las
pequeñas y oscuras tiendas están cerradas en su mayor parte, tan sólo alguna
que otra parecen querer liquidar a última hora su escasa mercancía. En sus
estanterías, llenas antes de yilabas fantasiosas, géneros multicolores y toscos
paños, salidos de los telares de la ciudad, vénse únicamente algunas pardas
prendas montañesas...
Al llegar a la judería, el barrio más pobre y
mísero de Xauen, su única calle, tortuosa y en cuesta, se ofrece desierta a
nuestros ojos. En medio del arroyo se amontonan los detritus de los abandonados
hogares... Una pequeña puerta practicada en un muro ruinoso, da acceso a un
departamento lóbrego e infecto donde ocultos a las miradas de los fanáticos
indígenas, solían antaño los hebreos celebrar sus ritos. Sólo aquí tropezamos
con un viejo judío, que con su negra túnica parece esfumarse en la penumbra del
sagrado recinto. Aún penden del techo los faroles de hierro que en los días de
fiesta mosaica alumbran la pobre estancia y las paredes de tan humilde
sinagoga, se decoran todavía con cuadros amarillentos de inscripciones
hebraicas.
También el viejo israelita prepara su marcha;
en su triste semblante se refleja el dolor de la partida. Ésta pequeña colonia
hebrea ya no quiere volver a vivir en la servidumbre innoble de los
pasados años; con lágrimas abandonan sus pobres viviendas y el humilde barrio
que durante siglos fue todo su mundo; pero, conocen ya las ventajas de la
civilización y del derecho de gentes... y van tras de ellos... Sus doncellas ya
no serán mancilladas por la barbarie indígena en los días de saqueo. Las
colonias hermanas de Tetuán y Tánger les abren sus puertas con la tradicional fraternidad
de la raza.
Abandonamos el barrio recordando los
brillantes días de nuestra llegada a la hasta entonces hermética ciudad, cuando
los xaunis vistiendo sus más ricas galas, alineados en la principal puerta al
campo, precedidos de los vistosos pendones de sus seculares cofradías,
aclamaron y recibieron solemnemente a nuestras autoridades y a las del Majzen[5]…
Día aquel en que los míseros y humillados israelitas lloraban de alegría y con
su típico acento y vocabulario castellano antiguo vitoreaban fervorosos a la
Reina Isabel, a la Reina buena.
De retorno a la Sueca nos detenemos ante la
tiendecilla de un moro venerable. Su rostro arrugado y pálido, que encuadran unas
barbas de plata, su semblante sereno y su limpísimo ropaje, destacan
intensamente del marco de pobreza y negrura, que en torno suyo forma el
diminuto y oscuro nicho. Me acerco al alféizar: Un enano pupitre moruno, varios
libros panzudos y arcaicos, documentos árabes manuscritos con garabateados
signos, las plumas de caña usuales entre los moros, muchas cajas de lata,
cordeles y balduques... enseres de letrado en característico desorden llenan el
interior del angosto rectángulo, en el centro del cual, sobre la vieja estera,
el noble anciano repasa piadosamente las gruesas cuentas de su rosario.
Antes de ahora, en las tardes interminables de
un verano pretérito, me era grata la paz del tortuoso barrio, con sus calles
entoldadas y frescas y gustaba de la charla de este amable viejo quizá
centenario. Hoy me impulsa una curiosidad inquieta. Y tras Jos largos y
ceremoniosos saludos de la cortesía marroquí, comienza nuestra charla; el anciano
parece animado a conversar con la naturalidad de otros tiempos;
—¿Que solo está el barrio, todo cerrado, sin gente por las calles? —comienzo
a interrogarle.
—¿Te extraña, me dice, es la tristeza de la ciudad.
Los ricos se han ido llevándose sus mercancías y sus ajuares; los
trabajadores hace días partieron también en busca del trabajo que en ella
faltaba; pararon los telares por falta de pedidos, sólo quedamos los pobres,
los chorfas[6] y aquellos que no
pueden perder lo que es de todos, el pedazo de tierra en que enterrarnos.
—¿ Y no temes por tu seguridad, mi viejo amigo?
—Sólo soy, pero mi parentesco con chorfas, me garantiza el respeto y
la tranquilidad y estoy dispuesto a repartir mi pobreza. El Raisuni[7],
primo mío me ofrece albergue en Tazarut, pero no temo. Lo que haya de suceder
que aquí me coja.
Ambos callamos como formulando un mismo
pensamiento. Al fin el anciano xauní se anima y rompe a interrogarme: —¿Cuándo os
marcháis?; los chicos que van al campamento, dicen que mañana; ¿es cierto? —Callo
un momento eludiendo la repuesta y entonces sus pensamientos se desbordan...
—¿Por qué turbasteis nuestra vida si habíais de abandonarnos?, irrumpe
de pronto, ¿Por qué permitís que la ciudad antes rebosante se vea hoy
abandonada y muerta? Dentro de pocos días, tal vez horas, nuestra pobre Xauen
será saqueada por las gentes rebeldes. Las tribus de Gomara pretenden destruirla",
recordando los tiempos en que la ciudad fue de ellos. Los de Miscrela,
codiciosos y rebeldes quieren hacerla pasto de sus rapiñas. Sólo las otras
fracciones del Jomas parecen interesadas en evitar la ruina... Pero, ¿quién detiene
las pasiones desbordadas ? exigirán de cada familia un tributo y luego otro y
otro, y hasta los más míseros enseres serán arrebatados al que no los pague.
Los atropellos y los saqueos no tendrán sanción y ¡ay de los que se
distinguieron con vuestra amistad; poco pago serán sus vidas y sus haciendas!..
¿Por qué os marcháis? ¿Por qué entregáis a la ciudad a las
tinieblas y a las violencias?...
Las palabras del viejo me producen una sincera
emoción; durante unos segundos por mi imaginación desfilan imágenes sangrientas
de los futuros y bárbaros desmanes de la rebeldía...; pero es necesario argüir
a las reconvenciones del xauní.
—No culpes al Majzen de lo que mañana pueda sucederos; que, tres años
de paz, de generosidad y de justicia, bastantes son para abogar en su favor.
Bien conoces tú cómo la rebeldía se señoreó ahora de las cabilas sometidas; vuestra
es la culpa. Abrísteis vuestras puertas a los espías rífenos, encubrísteis la
política y la sorda propaganda de los rebeldes. Los poblados que un día
solicitaron nuestra protección, albergaron a los huidos, acogieron a las harcas
rebeldes, les pagaron “munas”[8]
y los apoyaron en sus incursiones. Las posiciones, antaño pedidas por ellos,
han sido después por ellos mismos asediadas y atacadas. De los sagrados
juramentos prestados con sacrificio de reses, en los pasados actos de sumisión,
sólo quedó el recuerdo de la sangre. Franqueasteis las puertas de Yebala a los
rífenos y olvidasteis sus antiguas vejaciones para ayudarles ahora, y en el
mismo Xauen, tranquilo y laborioso, nuestros soldados son asesinados dentro del
recinto de sus murallas, y la rebeldía se alberga en el misterio de vuestros
mismos hogares.
¡No preguntéis de quién es la culpa! España os abandona porque
antes se vio de vosotros abandonada; necesita reunir sus fuerzas diseminadas en
todo el territorio y en tanto volvéis a vuestra codiciada barbarie, ella
llevará el castigo y la guerra, al suelo mismo de quienes la encendieron;
iremos al Rif a castigar al actual “Roghi”[9]
y entonces, pobres y hambrientos, entregados a Ja opresión, al despojo y a la
violencia, lloraréis sinceramente nuestra marcha y alcanzaréis a comprender nuestras
razones...
Qué equivocación, ¡oh, amigo mío! —me arguye vivazmente mi anciano interlocutor—culpar a los
indígenas de cuanto ahora sucede. Miráis a los moros, y no sabéis ver sino
nuestro ropaje. No conocéis la razón íntima de nuestra conducta; no podréis
nunca conocernos. Llegaron los “Muyahediin”[10],
esta es la razón que no comprendes; a los “Muyahediin” todo buen
musulmán ha de ayudarles siempre. No hay poblado, que directa o indirectamente
no les socorra y albergue; unos con sus armas, otros con sus “munas”, los
más tímidos con su silencio. Es el derecho de asilo del “Muyahediin”. No
evoquéis pues, las conveniencias, los sentimientos, los afectos... son razones
que ante aquellos se desvanecen...
—Pero no pensáis mi viejo amigo, que mañana, cuando nosotros nos
hallamos ido, viviréis bajo el yugo bárbaro de vuestros invasores.
—El día en que estéis lejos, volverán las cabilas a sus luchas;
guerrearemos incesantemente por gobernarnos, por defender nuestros campos y
nuestros ganados y al fin los forasteros serán expulsados... Sólo entonces, cuando
cansados de la guerra, la paz llegue, lloraremos con lágrimas de sangre el
bienestar perdido.. Esa es tu única verdad; ¡pero Dios así lo ha escrito!
Cae la tarde cuando en los minaretes de las
mezquitas se izan los blancos guiones, el sol se oculta tras el Yebel Buhasen
poniendo en sus cresterías ribetes de fuego; mientras el muecín canta al oriente
su llamada a la oración. Su voz se pierde en la lejanía, repetida por los
cantarines ecos de las otras mezquitas, en la paz aparente de la tarde otoñal. Nuestro
viejo amigo se levanta y cerrada su tienda, se aleja, con su fieltro rojo bajo
el brazo camino de la Mezquita. Ha llegado para los buenos musulmanes la hora
de la oración...
¿Qué misteriosos pensamientos asaltarán a
nuestro amigo en sus instantes de meditación?.. ¡Tal vez rece por el triunfo de
los “Muyahediin”…
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[1] Publicado
en ÁFRICA. REVISTA DE TROPAS COLONIALES,
número 19, julio de 1926; ilustrado con acuarelas de M. BERTUCHI. Disponible en
formato pdf, en: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/eu/pdf?id=59b6ac4f-b41c-4f53-b7c7-e0e7682cb111&attachment=%C3%81frica+%28Madrid%29.+1%2F7%2F1926.pdf
[2] Reeditado
en la REVISTA DE HISTORIA MILITAR; 1976, número 40, monográfico: FRANCISCO
FRANCO, ESCRITOR MILITAR. Disponible en formato pdf, en: https://publicaciones.defensa.gob.es/revista-de-historia-militar-040.html
[3] El día 14 de octubre de 1920, tropas conducidas por el entonces General en Jefe y Alto Comisario Dámaso Berenguer y Fuste, inteligentemente secundado por Castro Girona, llegaban a las puertas de la ciudad tenazmente hermética, la andaluza y misteriosa Xauen, consiguiendo el reconocimiento de la autoridad del Majzen por el pueblo xauni y los jumsis (cábila EL AJMAS, en GOMARA).
[4] Repliegue
general.
En 1924, el Directorio Militar hizo pública una nota
anunciando que se desmantelaban y retiraban las guarniciones, entre el río Lau
y Xauen, de forma ordenada, para apoyarse en la costa, mediante una línea
fuerte que protegiera las poblaciones de Tetuán, Ceuta, Tánger, Arcila y
Larache. Efectivamente esa sola nota provocó la inmediata insurrección de las
cabilas del sector, lo que obligó a fuertes combates y numerosas bajas, para
socorrer a las posiciones aisladas y para replegar, en su caso, a sus
guarniciones. Además, las fechas elegidas para la retirada (otoño) no eran las
más adecuadas, porque las lluvias enlodazaban el terreno y los caminos,
dificultando los movimientos y aumentando las fatigas. Xauen tenía una gran
carga política y religiosa por ser considerada una ciudad santa, desde tiempos
ancestrales. Estaba situada en un profundo valle, dentro de una región
montañosa y muy abrupta. La ciudad y sus accesos estaban dominados por alturas,
con observación directa sobre Xauen y que cerraban su único y encajonado acceso
por el norte.
El general Castro Girona salió de Xauen, el 15 de
noviembre, con la vanguardia y grueso de la columna en retirada. La retaguardia
lo tenía que hacer, dos días después, al mando del teniente coronel Franco,
para lo que contaba con cinco banderas legionarias, todas excepto la II, que
estaba destacada en Larache.
Desmanteladas y replegadas las posiciones avanzadas
del sector de Xauen, todas las alturas y zonas dominantes que rodeaban Xauen se
llenaron de harcas enemigas, que establecieron numerosas y fuertes guardias,
para que no se les escapase tan codiciada presa. La situación era muy
comprometida y la mejor opción era que el movimiento de retirada se hiciera por
sorpresa, para pasar desapercibidos a los enemigos, el mayor tiempo posible.
Franco dio la orden de que los legionarios hicieran
vida normal, con absoluta tranquilidad, haciendo instrucción y distribución
habitual de los ranchos. Recurrió al antiguo ardid de los bausanes, estratagema
conocida ya en el siglo XVI. Un bausán es una «figura o monigote artificial de
un hombre, embutido en paja, y vestido con sus armas. En lo antiguo lo usaron
mucho y se ponía detrás de las almenas de algún castillo... Para engañar y
detener al enemigo». Hizo fabricar, con el mayor secreto, centenares de muñecos
vestidos con uniformes legionarios.
Discreción absoluta.
El momento elegido para la salida fue la noche del día
16, pero esta información solo la conocían un número reducido de mandos, con el
objeto de mantener la discreción. Se preparó a la fuerza para que la marcha
nocturna fuera con el mayor sigilo: absoluto silencio, prohibido luces y fumar,
disparar y hablar, los cerrojos de los fusiles y utensilios metálicos cubiertos
para que no brillaran y no hicieran ruido. Las fogatas de las guardias enemigas
de los rifeños servirían de referencia.
Los bausanes se colocaron hábilmente en las aspilleras
de los parapetos. El movimiento se inició a las 12 de la noche, con el mayor
disimulo y orden, que pasó inadvertido del enemigo, a pesar de que eran
avezados observadores y ocupaban privilegiadas posiciones. La fuerza abandonó
Xauen sin ser hostigada. El avance prosiguió durante varias horas de esa
madrugada, del día 17, con solo alguna débil oposición.
Los harqueños enemigos no se dieron cuenta, hasta
clarear el día, que habían sido engañados y que los españoles habían abandonado
Xauen; pero para entonces, Franco y sus legionarios ya habían alcanzado la
posición de Dar Akoba, donde desplegaron para descansar en sus proximidades y
rechazaron, mediante simples tiroteos, el hostigamiento de un enemigo que
despechado trató inútilmente de tomarse el desquite.
La operación de repliegue de la columna general
continuó, como estaba prevista, hasta las inmediaciones de Tetuán, pero las
circunstancias fueron otras y se cumplieron las previsiones de los militares
africanistas de que sería muy, muy, sangrienta.
La misión se había cumplido exactamente, en forma y
tiempo, y sin una sola baja. El éxito había sido total. Primo de Rivera
felicitó a Franco, diciendo de él: «Nadie ha luchado con más perseverancia y
con más capacidad que este invicto jefe en las campañas de Marruecos», y sus
méritos fueron reconocidos con una segunda medalla militar individual.
[5] El Majzén
(en árabe: المخزن) es un término que designaba antiguamente al Estado marroquí.
El jalifa y el Majzén jalifiano constituyeron la Administración marroquí del
Protectorado español en Marruecos.
[6] CHORFA:
Descendiente del Profeta.
[7] Muley
Ahmed ibn Muhammad ibn Abdallah al-Raisuli (en árabe: ﻣﻮﻠﻲ ﺍﺤﻤﺪ ﺍﻟﺮﻳﺴﻮﻧﻲ)
(Zinat, Imperio jerifiano 1871 o 1875 - Temasinet, Protectorado español de
Marruecos, 1925), conocido como El Raisuli o El Raisuni, fue un
político y militar rifeño.
Fue el Jerife de las tribus yebala entre los siglos
XIX y XX y Pachá de Tánger. El secuestro, en 1904, de un ciudadano extranjero
en Tánger dio lugar a la crisis diplomática internacional llamada el Incidente
Perdicaris. Lideró la resistencia al denominado Protectorado español de
Marruecos (1913-1921), al inicio de la Guerra del Rif, para después adherirse a
la causa española contra Abd el-Krim.
[8] Muna. Del
ár. marroquí muna, y este del ár. clás. mu'nah. 1. MUNA. f. En Marruecos,
suministro de víveres que las ciudades, los aduares y las tribus del campo
tienen obligación de dar a los enviados del sultán o de un gobernador.
[9] El
Rogui, «el Pretendiente»
[10] Muyahidín:
. Voz procedente del árabe, lengua en la que significa, literalmente, 'los que
luchan en la guerra santa'.