Pruebas Físicas en el Regimiento “La Desgracia” nº 13

 

MÁXIMO SECRETO

Regimiento de Infantería “La Desgracia” nº 13

Mando

N/R 1313

Fecha: 13-10-79

TEXTO:

De acuerdo con lo ordenado  en el escrito citado  arriba en la referencia le comunico a Vuecencia las novedades habidas en las pruebas de atletismo, dirigidas por mí mismo, según normas recibidas de su Cuartel General por el conducto habitual.

A las diez de la mañana,  del día ya señalado, todos los mandos formados y yo al frente de mi Plana, emprendimos el camino hacia un terreno vecino que reúne condiciones para hacer exhibiciones de una manera discreta y un poco de tapadillo, pues no encuentro natural el que un Jefe u Oficial se ponga una camiseta, zapatillas, calzoncillos y quede con esa ropa a la vista de la Tropa.

Por supuesto se cumplió a rajatabla la nota por la cual se me prohibió hacer deporte en pelota.

Aquel día yo mandaba, si el estadillo no miente, un alférez, diez tenientes, veinticuatro capitanes, un doctor, dos capellanes, diecinueve comandantes, un teniente practicante, seis tenientes coroneles, además de dos furrieles que tenían las misiones de llevar las provisiones, el vino y los alimentos, para mantener contentos a todos mis campeones, pues siempre en mi ha sido norma que para mantenerse en forma, y llegar a ser atleta, es cosa muy conveniente el mantener una dieta copiosa, pero prudente.

Una vez aleccionados los mandos ya reseñados, pusiéronse en movimiento y fueron entusiasmados a los puestos señalados en la Orden del Regimiento.

Un Teniente Coronel hizo la prueba primera dando una corta carrera y luego un salto espantoso para caer en el foso.

Mas falló en la puntería y cayó de una manera tan mala y poco certera que de lejos se veía que aquel salto lastimero era su salto postrero.

En mi vida militar yo jamás he visto nada que se pueda comparar a la horrible bofetada que se dio al aterrizar.

¡Cómo sería la cosa que, yo mismo, sin dudar, hice del foso, una fosa y allí lo mandé enterrar!

A la vez que un capellán, en altar improvisado, bendijo con gran afán los restos del desgraciado.

Finalizado el oficio que en honor del Jefe aquél que, Teniente Coronel, murió en acto de servicio al intentar, sin remedio, saltar tres metros y medio, hasta mí se me acercaron sus restantes compañeros y de mi solicitaron, con un gesto noble y fiero, efectuar lo intentado por su colega finado.

Lo consideré oportuno, mas decisión desgraciada; pues aquellos camaradas uno a uno brinco a brinco, se me escoñaron los cinco y este ilustre Regimiento, que data de mil quinientos que al turco produjo espanto en la lucha de Lepanto, y que en el sitio de Breda ganó múltiples laureles, en un momento se queda sin Tenientes Coroneles.

Al punto, los Comandantes dieron un paso adelante, ofreciendo sus servicios para cualquier sacrificio.

Mas viendo lo peligroso que resultaba aquel foso, ordené rápidamente hacer la prueba siguiente.

Si la anterior decisión desgraciada resultó no se imagina Vuecencia el desastre que ocurrió en la prueba de potencia.

Yo mismo di la salida, jamás lo hiciera en la vida pues, a la voz “¡Preparados!”, cayeron dos desmayados.

Cuando di la voz de “¡Listos!”, le juro que nunca he visto una cosa similar, ya que los actuantes, todos ellos Comandantes, se pusieron a temblar y a temblar de una manera que al oír la voz de “¡Ya!” y comenzar la carrera, pocos metros más allá de la línea e partida cuatro quedaron sin vida, de una forma fulminante que resultó alucinante.

De resto de los atletas no creo preciso hablar pues ya puede imaginar que ni uno llegó a la meta.

Yo, viendo el desastre aquél, firmemente reaccioné, como debe un Coronel, y escuetamente ordené: todos los supervivientes, hagan la prueba siguiente.

Esa orden fue fatal, pues al cabo de un momento sólo se oían lamentos, resoplidos angustiosos y estertores quejumbrosos, dados por el personal que colgado de un madero, cual tienda de carnicero, con las manos desolladas, las caras desencajadas, los ojos desorbitados y el corazón angustiado querían, como todo empeño, subir al maldito leño.

Con el peso finalmente, la barra, sobrecargada, cayó al suelo de repente, y la mitad de mi gente se quedó allí sepultada.

Queriendo finalizar todo aquello como fuera, ordené realizar la prueba que nos quedaba, allí, de cualquier manera, todo el personal saltaba con gran esfuerzo y gran gana brincaba como una rana sin dirección ni concierto ni ninguna autoridad y el que no quedó allí muerto fue pura casualidad.

¡La que allí se pudo armar!

Se organizó tal cipote que, incluso los sacerdotes se pudieron a saltar.

Los huesos se destrozaban, las vértebras rechinaban, mientras que los que saltaban a los caídos pisaban, a la vez que éstos aullaban, gritaban y blasfemaban.

Por fin, gracias a Dios se acabó aquel victimario ya que según el horario, en cuanto dieron las dos, tocó el corneta fagina.

Los vivos, con disciplina, dejaron ya de quejarse, trataron de levantarse, mas, quitados dos y yo, ninguno lo consiguió.

Los muertos sí que cumplieron: ni siquiera se movieron.

Quise los muertos contar para poder parte dar, mas no pude realizar tarea tan sobrehumana y lo que hice fue restar los que en pie se pusieron de todos los que salieron del Cuartel por la mañana, y el resultado fue cierto, pues descontados los muertos, del alarde deportivo sólo quedaron dos vivos que llevando al Coronel grandes esfuerzos hicieron, llegando, como pudieron a las puerta del Cuartel.

 

Puede Vuecencia observar que el parte lo escribo a mano, el único órgano sano que he podido conservar.

Y sólo la mano izquierda, pues toda mi anatomía se ha convertido hoy en día en una asquerosa mierda.

Tengo un bazo destrozado, el otro paralizado, siete costillas partidas, otras cuatro medio hundidas, agrandado el esternón, en una pierna un tirón, en la otra dos fracturas, en el bazo una fisura y desgarrado un riñón.

Por la parte de detrás la cosa ha llegado a más pues sepa, mi General, que no hay ni una cervical que se encuentre en buen estado y que tan sólo ha quedado una vértebra lumbar que pueda funcionar.

 

En resumen, Excelencia, se acabó mi Regimiento y temo no quede nada del resto de la Brigada, por lo que ruego a Vuecencia, que dé su consentimiento y me orden cómo y cuándo haré la entrega del Mando, pues considero enojoso, de gran responsabilidad y altamente peligroso el mandar una Unidad sin continúan vigentes las órdenes concernientes a las pruebas exigidas, y deportivas llamadas, pues parecen calculada para futuros suicidas.

 

 Hospital Militar de la XIII Región Militar.

 

Firmado: Federico Olabarria y de Salta de la Lasia.

Coronel de Infantería.

Caído en Acto de Gimnasia.

 

 

Excmo. Sr. General Jefe de la Segunda Jefatura de Deporte y Subinspector Atlético de la XIII Región Militar.


MÁXIMO SECRETO

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