Historia de lance y miedo en los Montes de Toledo

  

HISTORIA DE LANCE Y MIEDO EN LOS MONTES DE TOLEDO

o

La frescura del Marqués

Por D. Alfonso Ussía

1

Lo que principio a narrar y les va a matar de miedo y angustia, tuvo lugar en los Montes de Toledo.

 

En esos bellos parajes de sierras y de sembrados, los jabalíes salvajes están mal acostumbrados.

 

Van y vienen, comen, hozan, igual grandes que pequeños, y las cosechas destrozan sin permiso de los dueños.

 

Uno de ellos, el marqués de Villafranca del Suso, tenía un gran interés en zanjar tamaño abuso, y propuso a sus vecinos organizar un ojeo para darles a los cochinos un merecido meneo.

 

Los vecinos aceptaron lo que el marqués les propuso, porque siempre confiaron en Villafranca del Suso, y una mañana meona del florido mes de abril, sin consultar con ICONA ni con la Guardia Civil, montaron la montería con diez nutridas rehalas para acabar en un día con los guarros, por las malas.

 

Eran veinte cazadores. A saber: Pepe Campillo, el duque de los Alcores, el conde de Boceguillo, el barón de San Guzmán, el marqués de Camprubí, Ángel Pedro Ayestarán y su querida, Mimí, el marqués de Villafranca del Suso, como es notorio; Casimiro Torreblanca, Juan Valdés, Tomás Osorio, Juancho y Santi Mendiguren, los tres hermanos Azqueta, los tres hermanos Azqueta, los dos primos Solaguren y alguna que otra escopeta.

 

Y aquí principia la historia que les va a matar de miedo y hace temblar la memoria de los Montes de Toledo.

 

2

 

La mañana era lluviosa —ya lo advertí anteriormente—, y una anécdota curiosa: Hacía un frío imponente.

 

Los postores ubicaron a cada uno en su puesto, que previamente sortearon según el rito dispuesto.

 

Y aunque el biruji imponía no quitarse ni el capote, Ayestarán pretendía darse con Mimí un buen lote.

 

Y le decía Mimí a Ayestarán con gracejo: —Nunca pasa un jabalí por donde ha estado un conejo.

 

Y es que, independientemente del deseo y del amor, en Mimí era sorprendente su sentido del humor.

 

Sonó el cuerno en las afueras de La Mancha, y como balas, de La Mancha, y como balas, salieron de las colleras los perros de las rehalas, y comenzó el episodio que les va a matar de miedo, y tiñó de sangre y de odio a los Montes de Toledo.

 

3

 

Los cochinos, reunidos urgentemente en un claro, se mostraban prevenidos:

 

—Aquí sucede algo raro.

 

El jabalí más vetusto, apodado «El Macareno», habló con tono de susto:

 

 —No me huelo nada bueno.

 

Y por miedo a una revancha, unánimes acordaron salir todos de La Mancha, y la sierra abandonaron.

 

Los venados, cuando vieron la huida de sus hermanos, a los cochinos se unieron:

 

 —Nos vamos con los marranos.

 

Y juntos, compenetrados, tras alcanzar la autovía, jabalíes y venados se fueron a Andalucía.

 

Y aquí empieza a madurar la horrible historia de miedo que un día tuvo lugar en los Montes de Toledo.

 

4

 

Quedó la sierra vacía, porque además de los ciervos y guarros, la serranía también se quedó sin cuervos, sin urracas, sin jilgueros, sin perdices, sin tejones, y sin osos hormigueros, e incluso, sin gorriones.

 

Los perros, entre jarales, buscaban rastros, celosos, y al no encontrar animales se iban poniendo furiosos. se iban poniendo furiosos.

 

Uno de ellos, un mastín de treinta kilos de peso, con peor leche que Caín, sin previo aviso, y poseso por un rencor endiablado, con sus fauces de caimán mató de un solo bocado al barón de San Guzmán.

 

Y otro, un canela podenco, de carácter nada inglés por su origen ibicenco, mordió a Osorio y a Valdés.

 

Los Azqueta, muy a disgusto, con Torreblanca y Alcores, encontraron un arbusto de pinchos perforadores, y en su interior se escondieron a salvo de la jauría.

 

Mas los canes los olieron y fue una carnicería.

 

El marqués de Camprubí intentó trepar a un roble, pero no dió más de sí, resbaló, y se escoñó el noble.

 

Quedaron los Mendiguren —ya habían muerto los Azqueta—, los dos primos Solaguren y alguna que otra escopeta.

 

Herido por el estrés y por el lance confuso, sufrió un infarto el marqués de Villafranca del Suso, que, superando el dolor del corazón bloqueado, se zambulló volador en el río, y fuese a nado.

 

A todo esto, Ayestarán y la fresca de Mimí sobre un caliente gabán se amaban con frenesí.

 

Ignoraban que a los pocos minutos, ambos de miedo, iban a volverse locos en los Montes de Toledo.

 

5

 

Situación de desconcierto y confusión colosal.

 

Quien no estaba herido o muerto, estaba bastante mal.

 

Mientras tanto, Ayestarán al no ver ni un jabalí, seguía sobre el gabán cepillándose a Mimí.

 

Un ruido les fue a avisar de algo que habla en el monte; se alzó, y se puso a otear palmo a palmo el horizonte. Mimí, que miraba al cielo, le insistía: —¡Más, más, más!, y él la tenía en el suelo bien por nefas, bien por fas.

 

El ruido se oyó más fuerte, y de pronto, de entre el monte, —colmo de la mala suerte—, irrumpió un rinoceronte.

 

Mimí ya estaba vestida —era rápida Mimí—, y al verlo dijo aturdida:

 

—¡Qué bestia de jabalí!

 

Lo dijo un tanto nerviosa amén que muerta de miedo, pues no esperaba tal cosa en los Montes de Toledo.

6

 

Juancho y Santi, que le dieron sin descanso a la garrafa, ningún valor concedieron al trote de una jirafa.

 

Y beodos, ninguno oyó el típico ruido «plas» de un palo que se quebró a pocos metros, detrás.

 

Un ruido que a los Masai les pone un tanto coléricos, les hace gritar: —¡Caray!, y escapar, huyendo, histéricos.

 

En su beoda situación, los parientes Mendiguren no advirtieron que un león —el mayor que se figuren— estaba detrás de ellos, y con gran celeridad les dejó a los dos los cuellos partidos por la mitad.

 

El rinoceronte, en tanto, corría en pos de Mimí que ululaba con espanto por su boca carmesí.

 

Pues su amante, Ayestarán, algo egoísta y ladino, viendo cómo estaba el plan se había subido a un pino.

 

Inició Mimí un regate para engañar a la fiera, no pudo engañarla y ¡tate!, ¡la cogió de tal manera!, ¡de tal modo la ensartó!, ¡la empitonó de tal guisa!, que la pobre falleció y, además, a toda prisa.

 

A todo esto, desde el pino, el malvado Ayestarán susurró tosco y mohíno:

 

—Me he quedado sin gabán.

 

El animal resopló, y tras pisar a la occisa —repito que se murió sin sufrir, y a toda prisa—, ejecutó un ademán con una, dos, o ambas patas, y se fue hacia Ayestarán que estaba escapando a gatas.

 

No pudo dar ni tres pasos y el lance duró un segundo.

 

Lo que pasa en estos casos ya lo sabe todo el mundo.

 

Sangre aquí, sangre acullá, más sangre allá, más allí, y un poquito más acá…  ¿Qué ha pasado por aquí?

 

¿Qué ha podido suceder —se preguntará cualquiera—, para que se pueda ver tanta sangre en primavera?

 

Sangre humana por doquier de todos los «errehaches»; ¿Qué ha podido acontecer, loches, luches, liches, laches?

 

Pero ¡qué leches!, ¿por qué la lengua se me trabuca? ¿Por qué tiemblo?

 

No lo sé; ¿por qué me baila la nuca? ¿Por qué la idea es obstáculo y escribir no me es posible?

 

Porque nunca un espectáculo vi en mi vida más terrible.

 

En la solana, una mano; en la umbría, sólo un pie. Tres cabezas en el llano y una pierna en el sopié.

 

Sangre en los restos de habanos, sangre en las bolsas de pipas… Y más piernas, y más manos, y más tripas, y más tripas.

 

Espectáculo salvaje que describir más no puedo, y desprestigia el paisaje de los Montes de Toledo.

 

7

 

 De Toledo capital, Ventas con Peña Aguilera, y la zona comarcal de Oropesa y Talavera.

 

Sólo Campillo quedaba en los Montes de Toledo, y sinceramente estaba estercolado de miedo.

 

Bueno, no sólo Campillo.

 

También, quieto de terror y escondido como un grillo estaba el Guarda Mayor, que temblaba con un flan de la marca «El Mandarín» y deseaba con afán escapar de aquel trajín.

 

Se había dado un buen susto creyendo ver a un marrano, cuando surgió del arbusto un hipopótamo enano, que le atacó a sangre fría en una bifurcación donde una señal decía: «A ciento quince, Alcorcón».

 

Después del extraño lance, el Guarda Mayor huyó, nadie pudo darle alcance y nunca más se le vio.

 

Huía Campillo veloz agachando la testuz, cuando recibió una coz de una hembra de avestruz. de una hembra de avestruz.

 

La conmoción fue tremenda mas pudo recuperarse, y descendió por la senda del río, para escaparse.

 

De lo alto, se zambulló sin prudencia y sin sigilo, y en el agua le atacó un cocodrilo del Nilo.

 

En verdad, la situación parecía un esperpento. No tenía explicación ni tenía fundamento. ¿Era, acaso, consecuente, que en la sierra toledana deambulara impunemente toda la fauna africana?

 

Según después se ha aclarado, sí había una explicación. Las fieras se habían fugado del «Safari del Rincón».

 

Llegaron hasta una sierra vacía, que era una joya, les declararon la guerra y allí se armó la de Troya.

8

 

Cuando al marqués se le dio de alta en el hospital, la autoridad lo arrestó y lo encerró en un penal.

 

A las fieras evadidas del «Safari Park» les dieron una serie de batidas, y toditas perecieron.

 

Los cazadores difuntos, o los trozos que quedaron, fueron enterrados juntos y sus deudos, los lloraron.

 

Los venados y cochinos volvieron a sus hogares, y también los estorninos, las alondras, los ansares, las urracas, los jilgueros, las perdices, los tejones, y los osos hormigueros, e incluso, los gorriones.

 

Así que de este entremés que parece obra de un ruso, sólo se salvó el marqués de Villafranca del Suso.

 

Y aquí es juicioso acabar este atroz cuento de miedo que un día tuvo lugar en los Montes de Toledo.

 ***